«Por alguna razón justo en aquel mo­mento pensé en un futuro muy luminoso y grande para este país» #PatriarcaKirill

Nos alegramos mucho por el desarrollo de la vida del pueblo cubano

Palabras de Su Santidad Kirill, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Moscú y de Toda Rusia, durante la Divina Liturgia en la Catedral de Nuestra Señora de Kazán, La Ha­bana, Cuba, el 14 de febrero de 2016, “Año 58 de la Re­volución”  (Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado)

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Su Excelencia, Señor Presidente y Jefe del Gobierno de la República de Cuba;
Sus Eminencias, Excelencias;
Queridos hermanos y hermanas:

Con un sentimiento especial celebro en este templo esta Liturgia Divina. Hace exactamente 45 años aquí en La Habana se consagró una primera parroquia rusa. El Metropolita de Jár­kov y Bogodujov, Nikodim, exarca del Patriarca de Moscú para los países de América del Sur y Central realizó la consagración de ese templo de los Santos Constantino y Elena, equivalentes a após­toles. Durante cierto tiempo los oficios se celebraban en ese templo, pero luego, por circunstancias del tiempo, los oficios cesaron, aunque no cesó la necesidad de los ortodoxos rusos residentes en Cuba de tener su templo.

En 1998 vine a Cuba, a La Habana, para tratar con las autoridades la posibilidad de abrir un templo de la Iglesia Ortodoxa rusa. Las au­toridades cubanas escucharon la solicitud de la Igle­sia Ortodoxa de Rusia y se tomó la decisión de enviar a Cuba a un sacerdote de nuestra Iglesia.

A partir del año 2001 estuvo aquí con carácter permanente un sacerdote de la Iglesia Or­todoxa rusa, que al inicio celebraba los oficios divinos en la Embajada y en la Representación Co­mercial, pero había la necesidad de construir un templo.

En el año 2004 nuevamente visité Cuba, y tuve la oportunidad de reunirme con el Co­mandante en Jefe Fidel Castro Ruz y plantearle el tema de construir un templo de la Iglesia Ortodoxa de Rusia en La Habana.

Conversé largo rato con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Yo le conté sobre la Igle­sia Ortodoxa de Rusia y su papel en la vida de nuestra Patria.  Fidel me hizo muchas preguntas y el fi­nal de la conversación fue asombroso.  Me dijo: yo estaré muy fe­­liz si en La Habana se construyera un templo de la Iglesia Or­todoxa rusa. Y en aquel mismo momento llamó a las autori­­da­des de la ciudad, y el Comandante en Jefe Fidel Castro les di­­jo: muéstrenle al Metro­polita Kirill el mapa de La Habana Vie­ja y que seleccione el lugar donde quisiera que se construyera el templo.

Yo no podía tomar una decisión porque no conocía La Ha­bana. Entonces una persona muy experimentada, el señor Eu­sebio Leal, historiador de La Habana, me sugirió dónde era el mejor sitio para construirlo, y fue justo el lugar donde nos en­contramos ahora.

Entonces, al dirigirme al Comandante en Jefe Fidel Castro, le dije que yo podría poner la primera piedra en la base del futuro templo, pero para eso necesitaba celebrar una Liturgia y pregunté: ¿Tal vez haya algún local de culto donde yo pudiera oficiar esa Liturgia? Y Fidel me dijo: Sí, aquí hay un antiguo Mo­nasterio Franciscano, ahí se encuentra ahora un mu­seo, y no se celebran misas; puede que le convenga para celebrar la Liturgia. Nunca estuve antes en ese templo, pero dije de inmediato que sí serviría.

Unos dos días después entré a ese templo y me impresionó mucho ver la multitud de personas que estaba allí. En las primeras filas vi a respetables autoridades, miembros del gobierno y dirigentes del Partido. Y al iniciar la celebración de la Liturgia en­tendí perfectamente que esa gente no eran simples espectadores, sino que estaban orando. En aquel momento entendí perfectamente la gran diferencia entre el socialismo en Cuba y el socialismo en la URSS; nada semejante hubiera sido posible en la Unión Soviética. Y por alguna razón justo en aquel mo­mento pensé en un futuro muy luminoso y grande para este país.

Y al finalizar la celebración del Oficio, sa­limos en Procesión de la Cruz y nos dirigi­mos precisamente a este lugar donde es­tamos, y mi­les de personas acompañaron la Pro­ce­sión.
Nos alegramos mucho por el desarrollo de la vida del pueblo cubano
Después recibí la confirmación de que el Estado cubano asumiría la construcción de es­te templo, y la Iglesia Ortodoxa rusa se responsabilizaría por la decoración de su interior.

En el año 2008 tuve el placer de consagrar este templo, y en el Oficio Divino estuvo usted, Su Excelencia y el Cardenal Or­te­ga también. Me sentí muy feliz al ver que ustedes, puede que por primera vez, se abrazaron aquí en este templo.  Fue un mensaje muy fuerte para todas las personas que estaban aquí.
Vemos cuantas cosas han ocurrido en Cuba desde entonces. Nos alegramos mucho por el desarrollo de la vida del pueblo cubano y la aparición de nuevos modelos de dirección de la economía cubana.

Nos alegra mucho el alto nivel de relaciones que existe entre el Estado Cubano y la Iglesia Católica. Estoy profundamente con­vencido de que todo esto contribuirá a consolidar la sociedad y a su desarrollo dinámico.

Su Excelencia, seguiré rezando por Cuba, por usted y su ex­celente hermano, con quien tuve el placer de charlar largo ra­to; por el pueblo cubano y los cristianos cubanos.

Ahora quisiera pronunciar unas palabras sobre el Evangelio que se leyó.

Leemos estos antiguos textos y nos resulta muy difícil ponerlos en un contexto actual, porque nos separa una distancia muy grande en el tiempo y otra
cultura; pero si se traduce esta historia evangélica y se expresa en términos contemporáneos, queda evidenciado que fue un acontecimiento inusual. Voy a recordarles el relato.

Un hombre llamado Zaqueo, pequeño de estatura, quiso ver al Salvador.  Había mucha gente, como ahora en el templo, tal vez más, y para ver al Salvador este Zaqueo decidió subir a un árbol, pues no hubiera sido extraño si hubiera sido joven. No sabemos si era joven o de mediana edad, pero sí sabemos muy bien qué ocupación tenía. Era un recaudador de impuestos, recogía dinero entre su pueblo y lo entregaba a los ocupantes de Roma. Era un recaudador de impuestos; en cualquier sociedad esta no es la última persona, tal vez en las condiciones del socialismo esa función no es tan importante, pero en las del mercado libre es muy importante: recauda los impuestos y todos quieren estar en buenas relaciones con él, por supuesto, lo respetan.

A los israelitas, estando bajo la ocupación del Imperio Ro­mano, no les gustaban esos inspectores fiscales, pero los trataban con cautela, los reconocían como jefes. Y este jefe subió al árbol.  Imaginémonos como miraríamos a un jefe, tal vez a alguno de los presentes, que suba a un árbol para ver a alguien, sería una actuación increíble.

Luego pasó algo absolutamente especial, el Salvador le dijo: Zaqueo, bájate, hoy iré a visitarte a tu casa.

Y ante los ojos del pueblo también fue una conducta increíble. ¿Cómo es posible ir a visitar a un enemigo que recoge dinero y se lo da a los ocupantes? Y no solamente lo recoge, sino que él recibe más dinero, es un ladrón, le roba a su propio pueblo. Y, por su­puesto, aquella multitud tiene que haberse quedado im­pac­tada.

Y el Señor fue a visitar a ese Zaqueo.  ¿Y qué pasa en el alma de Zaqueo?  Él dice: Señor, voy a devolverle todo a todos los que he ofendido, y si he defraudado a alguien en particular, voy a de­volverle eso cuadruplicado.  Fue un giro extraordinario dentro del alma de una persona.  ¿Y a través de qué sucedió este acto radical, por solo subirse al árbol para ver al Salvador?

Creo que todas las grandes obras, los he­chos, acontecimientos y las acciones más im­portantes se cumplen solo cuando la persona es capaz de cierta acción sumamente particular, cuando ad­quiere valentía, cuando los convencionalismos dejan de jugar su papel y las tradiciones y hábitos quedan a un lado, y cuando en aras de una idea, el ser humano cambia radicalmente.

Y para estar con Dios, hay que recordar la acción de Zaqueo y hacer lo mismo con frecuencia. Es que el Señor constantemente re­quiere de nosotros cambios constantes, radicales.

En este país quisiera utilizar otra palabra: el Señor requiere de cada uno de nosotros ser revolucionario. Él requiere de nosotros una revolución interna: la revisión de nuestra vida, la renuncia a los estereotipos y la valentía para seguirlo a Él.

Que el ejemplo dado por Zaqueo nos ayu­de. Y como mismo el Señor perdonó a aquella persona, creemos que el Señor nos perdone también con su gran misericordia. Amén.

Tomado de CMHW

Acerca de lapolillacubana26

Cubana, revolucionaria, solidaria, amiga y con muchas ganas de compartir contigo todo lo lindo que mi Patria puede mostrarte: mi blog es una ventana abierta sobre Cuba y el mundo, desde la verdad y la justicia.
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